DIOS Y LAS RIQUEZAS

MATEO 6: 19-24

 

 

Nuestro Señor enseña que este ataque del mundo, o esta tentación de la mundanalidad, generalmente asume dos formas principales. En primer término, puede haber un amor declarado por el mundo. En segundo lugar, puede haber ansiedad, un espíritu de preocupación ansiosa respecto al mismo. Veremos que nuestro Señor muestra que ambos son igualmente peligrosos. Se ocupa del amor por el mundo desde el versículo 19 al 24, y del problema de verse dominado por la ansiedad y preocupación por las cosas del mundo, a su vida y a todos sus asuntos, desde el versículo 29 hasta el final del capítulo.

 

Establece la ley, nos da el principio, y luego en su bondad nos da las razones, nos ofrece los argumentos que nos pueden ayudar y fortalecernos.

 

Ante todo, pues, he aquí el mandato: "No os hagáis tesoros en la tierra... sino haceos tesoros en el cielo". 'Tesoros' es un término muy amplio y comprensivo. Incluye el dinero, pero no sólo el dinero. Significa algo mucho más importante. Nuestro Se¬ñor se ocupa aquí no tanto de nuestras posesiones, como de nuestra actitud hacia esas posesiones. En sí mismo no hay nada malo en poseer riqueza; lo que puede andar mal es la relación del hombre con su riqueza. Y lo mismo se puede decir de cualquier cosa que el dinero pueda comprar.

 

Los pobres necesitan tanto como los ricos esta exhortación acerca de no hacerse tesoros en la tierra. Todos tenemos tesoros en alguna forma o manera. Quizá no sea dinero. Quizá sea el esposo, la esposa o los hijos; quizá sea algún regalo que tenemos y que tiene un valor monetario limitado. Para algunos su tesoro es la casa. No sólo amor por el dinero, sino amor por el honor, por la posición, por la situación económica, por el trabajo en un sentido ilegítimo; sea lo que fuere, todo lo que se limita a esta vida y a este mundo.

 

El dinero no las tienta, pero las puede tentar la posición social. SÍ el demonio se les acerca para ofrecerles algún soborno material, se sonreirán. Pero si les llega con engaño, y, en conexión con su servicio cristiano les ofrece alguna posición elevada, les persuade de que su único interés es el trabajo, lo aceptan, y pronto se comienza a observar un descenso gradual en su autoridad y poder espiritual.

 

Examinemos ahora el aspecto positivo del mandato, "Haceos tesoros en el cielo". Nuestro Señor dice exactamente lo mismo al final de Mateo 25, donde habla acerca de las personas que le dieron de comer cuando tuvo hambre y que lo visitaron en la cárcel. Estos preguntan, "¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos?... ¿o cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?" Y dice el Señor, "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis." No caéis en la cuenta de ello, pero al hacer buenas obras en favor de estas personas, habéis estado edificando para el cielo, donde recibiréis la recompensa y entraréis en el gozo de su Señor.

Este es el principio que Él subraya constantemente. Dijo a sus discípulos, después de su encuentro con el ¡oven rico, "¡Cuan difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!". Es este confiar en las riquezas, es esta fatal auto confianza, que le hace imposible a uno ser pobre de espíritu. O también, como lo dijo a la gente una tarde cuando afirmó, "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece". Esta es la idea que quiso decir con "haceos tesoros en el cielo".

El gran hecho que nunca debemos Perder de vista es que en esta vida somos solamente peregrinos. Andamos en este mundo bajo la vigilancia de Dios, en dirección hacia Dios y hacia nuestra esperanza eterna. ¿Qué hizo a todos los otros héroes de la fe estar dispuestos a hacer las cosas que hicieron? Fue que deseaban una patria "mejor, esto es, celestial".

 

Comenzamos a pensar en nosotros mismos como administradores que deben dar cuenta de todo. No somos los poseedores permanentes de estas cosas. No importa que sea dinero o inteligencia o nosotros mismos o nuestra personalidad o cualquier don que podamos poseer. El hombre mundano piensa que es él quien lo posee todo. Pero el cristiano comienza diciendo, "no soy el poseedor de estas cosas, las tengo solamente en depósito, y en realidad no me pertenecen. "¿Cómo puedo utilizar estas cosas para la gloria de Dios?

 

Luego una vez dado el mandamiento, nuestro Señor pasa a ofrecernos razones para cumplirlo. Quisiera recordarles de nuevo que aquí tenemos una ilustración de la maravillosa condescendencia y comprensión de nuestro bendito Señor.

 

Pero la mundanalidad lo penetra todo, y no se limita a ciertas cosas. No significa simplemente el ir a teatros o cines, o hacer algunas pocas cosas de esta clase. No, la mundanalidad es una actividad hacia la vida. Es una perspectiva general, y es tan sutil que puede incluso afectar a las cosas más santas, como vimos antes.

 

Dar argumentos o formas en las cuales la gente se hace tesoro en el cielo. Por ej. la manera de pensar, los motivos por los cuales trabajas, tus planes a futuro, lo que te mueve en la vida, etc... Tales son algunas de las formas en que podemos averiguar simplemente si somos o no culpables de hacernos tesoros en la tierra y de no hacérnoslos en el cielo.

 

Cuando pasamos a considerar los argumentos de nuestro Señor en contra de hacerse tesoros en la tierra, encontramos que el primero es un argumento que se puede muy bien describir como el argumento del sentido común, o de la observación obvia. «No os hagáis tesoros en la tierra.» ¿Por qué? Porque aquí es 'donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan'. ¿Pero por qué debería hacerme tesoros en el cielo? Porque allí es «donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones ni minan ni hurtan». Nuestro Señor dice que los tesoros mundanos no duran; que son transitorios, pasajeros, efímeros. «Donde la polilla y el orín corrompen.»

 

No hay nadie en la tierra que esté completamente satisfecho; aunque en cierto sentido unos parezcan que tienen todo lo que desean, sin embargo, desean algo más. La felicidad no se puede comprar. Las podemos disfrutar por un tiempo, pero de una forma u otra, pronto comienzan a perder el sabor o perdemos interés en ellas. Esta es la razón por la que siempre estamos hablando de cosas nuevas y buscándolas.

 

Incluso cuando mejores son, están infectadas. Y haga uno lo que haga, no se puede librar de esta impureza; la polilla y el orín están ahí y todos los productos químicos que utilicemos no pueden detener estos procesos. Pedro dice algo magnífico a este respecto: "Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia" (2 P. 1:4). Hay corrupción en todas estas cosas terrenales: todas ellas son impuras.

 

Y hay algo más: todas ellas son inevitablemente perecederas.

 

Los "ladrones minan y hurtan", y no podemos impedírselo. Por ello el Señor recurre a nuestro sentido común y nos recuerda que estos tesoros mundanos nunca perduran.

 

Pero veamos el otro lado, el positivo. "Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan!' Esto es maravilloso. Pedro lo expresa en una sola frase. Dice "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros" (1 P. 1:4). "Las cosas que no se ven son eternas", dice San Pablo; son las que se ven las que son temporales (2Cor. 4:18).

 

Estas cosas celestiales son imperecederas y los ladrones no pueden entrar a robarlas. "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 8:38, 39)

 

Es el reino de la vida eterna y de la luz eterna. "Habita en luz inaccesible", como dice el apóstol Pablo (1 Ti. 6:16).

 

Es un llamamiento al sentido común. ¿No sabemos acaso que estos cosas son verdad? ¿No son necesariamente verdad? ¿No lo vemos todos al vivir en este mundo? Tomemos el periódico de la mañana, examinemos las páginas mortuorias y veamos lo que sucede. Todos nosotros conocemos estas cosas. ¿Por qué en consecuencia no las practicamos y vivimos? ¿Por que nos hacemos tesoros en la tierra cuando sabemos lo que les va a suceder? ¿Y por qué no nos hacemos tesoros en los cielos donde sabemos que hay pureza y gozo, santidad y felicidad eterna?

 

Su segundo argumento se basa en el terrible peligro espiritual implicado en el hacerse tesoros en la tierra y no en los cielos. Ese es un encabezamiento general, pero nuestro Señor lo divide en ciertas subsecciones.

 

Dice, "Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón!' ¡El corazón! Luego en el versículo 24 habla acerca de la mente. "Ninguno puede servir a dos señores" —y deberíamos advertir la palabra 'servir'—. Estos son los términos expresivos que emplea a fin de inculcarnos la idea del control terrible que estas cosas tienden a ejercer sobre nosotros.

 

Pero no solamente es poderoso; es muy sutil. Es lo que realmente ejerce el control en la mayor parte de las vidas de los hombres. ¿Nos hemos fijado en el cambio, el imperceptible cambio, que tiende a ocurrir en las vidas de los hombres a medida que triunfan y prosperan en este mundo? ¿Por qué tiende a desaparecer la visión noble de la vida? Es porque todos nos convertimos en víctimas de los 'tesoros de la tierra', y si abrimos los ojos, lo podemos ver en la vida de los hombres. Lean biografías. Muchos jóvenes comienzan con una visión brillante; pero de una forma casi imperceptible —no que caiga en pecados brutales— se deja influir, quizá cuando está en la universidad, por una perspectiva que es esencialmente mundana.

 

Sin embargo, nuestro Señor no se detiene en lo general. Está tan deseoso de mostrarnos este terrible peligro que elabora su explicación en detalle. Y lo primero que menciona es el 'corazón'. Una vez establecido el mandamiento dice, "Porque donde este vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón!' Esos tesoros terrenales atenazan y dominan nuestros sentimientos, nuestros afectos y toda nuestra sensibilidad. Toda esa parte de nuestra naturaleza se ve atenazada por ellos y los amamos. Leamos Juan 3;19. "Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas."

 

Lo siguiente que dice acerca de ellas es un poco más delicado. No sólo atenazan el corazón, sino también la mente. Nuestro señor lo expresa así: "La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará Heno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuantas no serán las mismas tinieblas?" (versículos 22-23). Esta ilustración del ojo es el ejemplo del cual se Vale para explicarnos la manera en que miramos las cosas. Nuestro Señor en ese cuadro sigue tratando acerca del tema de hacerse tesoros. Habiendo mostrado que el corazón está donde está el tesoro, dice que no toca solamente al corazón, sino también a la mente. Esto es lo que domina al hombre. ¡Somos muy inteligentes para explicar que algo que estamos haciendo no es realmente deshonesto! ¡Claro que si un hombre rompe una ventana y roba joyas es un ladrón; pero si yo me limito a manipular el pago de la luz... claro que esto no es robar, decimos, y nos persuadimos a nosotros mismos de que está bien. En último término, no hay sino una razón por la cual hacemos estas cosas, y esto es nuestro amor por los tesoros terrenales. Semejantes cosas controlan la mente tanto como el corazón. Nuestros puntos de vista y toda nuestra perspectiva ética se ven dominadas por ellas.

 

Esas son las cosas que determinan nuestra acción, aunque no lo reconozcamos. Nuestro Señor dice en otro lugar: "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar de pie delante del Hijo del Hombre" (Le. 21: 34-36).

 

Pero finalmente, esas cosas no sólo se apoderan del corazón y la mente, también afectan la voluntad. Dice nuestro Señor, "Ninguno puede servir a dos señores"; y en cuanto mencionamos la palabra 'servir' entramos en el ámbito de la voluntad, en el ámbito de la acción. Pero el último paso es el más solemne y grave de todos. Debemos recordar que la forma de considerarlas determina en último término nuestra relación con Dios. "Ninguno puede servir a dos señores; porque, o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas!' Esto es realmente algo muy solemne, y por eso la Biblia se ocupa de ello tan a menudo. La verdad de esta proposición es obvia. Ambos quieren un dominio total sobre nosotros. Las cosas del mundo en realidad tratan de dominarnos en forma totalitaria, como hemos visto. Sí, pero también lo hace Dios. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente!' No en el sentido material necesariamente, pero en un sentido u otro nos dice: "Ve, vende todo cuanto tienes, y ven y sígueme". "El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí: y el que ama a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí!' Es una exigencia totalitaria. Adviértase de nuevo en el versículo 24: "O aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro'.' Es una disyuntiva; los términos medios son completamente imposibles. "No podéis servir a Dios y a las riquezas!'

 

De modo que si una perspectiva materialista nos está dominando, somos impíos, sea lo que fuere lo que digamos.

 

2 Reyes 17: 24-41.

 

Qué terrible es esto. Me alarma de verdad. Lo que importa no es lo que decimos. En el último día muchos dirán, "Señor, Señor, ¿acaso no hemos hecho esto y aquello y lo de más allá?" Pero Él les dirá, "no os conozco". "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos." ¿A quién servimos? Ésta es la pregunte» y es o a Dios o a las riquezas. No hay nada que ofenda tanto a Dios como tomar su nombre y sin embargo mostrar claramente que estamos sirviendo a las riquezas en alguna forma.

 

Es la historia de un campesino que un día se fue con mucho gozo y alegría de corazón a informar a su esposa y familia que su mejor vaca había parido dos terneros, uno rojo y otro blanco. Y dijo, "saben que de repente he sentido el impulso de que debemos dedicar uno de estos terneros al Señor. Los criaremos juntos, y cuando llegue el momento, venderemos uno y nos guardaremos el dinero, y el otro también lo venderemos pero daremos lo que saquemos de él para la obra del Señor!' Su esposa le preguntó cuál de los dos iba a dedicar al Señor. "No hay por qué preocuparse de esto ahora", replicó, "los trataremos igual a los dos, y cuando llegue el momento haremos lo que dije!' Y se fue. Al cabo de unos meses el hombre entró en la cocina con aspecto deprimido e infeliz. Cuando su esposa preguntó qué le sucedía, contestó, "tengo malas noticias. El ternero del Señor se murió". "Pero —dijo ella— no habías decidido cuál era el ternero del Señor". "Oh sí —respondió— había decidido que era el blanco, y es el blanco el que ha muerto. El ternero del Señor ha muerto!' Quizá nos haga reír la historia, pero Dios no quiera que nos estemos riendo de nosotros mismos. Siempre es el ternero del Señor el que muere. Cuando el dinero escasea, lo primero que economizamos es nuestra contribución para la obra del Señor. Es siempre lo primero que falta.

 

El simple hecho de que creemos en Dios y lo llamemos Señor, Señor, y lo mismo en el caso de Cristo, no es prueba en sí misma y por sí misma de que lo estamos sirviendo, de que reconocemos sus exigencias totalitarias, y de que nos hemos rendido alegre y totalmente a Él. "Pruébese cada uno a sí mismo."

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